El aeropuerto de Adís Abeba el pasado 22 de marzo, parada de tránsito para volar a Namibia, tiene menos bullicio del habitual de antes de la pandemia. En todo caso, si no hubiera gel por todas partes y rostros con mascarillas, buena parte por debajo de la nariz o la barbilla, parecería un día normal de un “aeropuerto sano” pero con un 50% menos de público. El mundo se ha detenido más en algunos lugares que otros. Salir de Roma bajo un total confinamiento, al menos comercial, y llegar a Namibia, donde todo está abierto, es la demostración de que esta pandemia no ha golpeado igual a todos ni todos pueden afrontarla de la misma forma. África afronta la pandemia con las peculiaridades de saberse a la cola en las vacunas, de no poder ofrecer ayudas masivas a sus trabajadores, de estar acostumbrada a vivir entre “pandemias” y de tener una población más joven que parece apuntar a una menor mortalidad. Además, aunque ahí hay diferencias, buena parte del continente tiene malas comunicaciones, lo que restringe contactos.
Todas esas peculiaridades pandémicas africanas (es difícil generalizar ante una inmensidad como este continente con muchas caras), sin embargo, no han evitado la misma imposición que en todas partes de controles sanitarios para entrar y salir, el cierre de la mayor parte de fronteras terrestres y la exigencia de llevar una PCR para permitir movimientos. “La frontera está cerrada salvo por cuestiones médicas urgentes o asuntos laborales muy específicos. Tenemos decenas de peticiones de paso a Namibia por resolver por cuestiones comerciales”, explica personal namibio del consulado de la ciudad angoleña de Lubango.
Viajar y migrar es hoy un reto para millones de africanos. Voces como la de Linguère Mously Mbaye, economista del Banco Africano del Desarrollo, alertan del grave daño del Covid 19 en el continene por la reducción de remesas y desmontan algunos tópic.